Mi hija (que solo tiene ocho años) llevaba unos días hablándome de vampiros, pues había oído, o visto, algo al respecto que le llamó la atención. Yo le hablé de la leyenda del Conde Drácula, y le propuse mirar la versión que Klaus Kinsk hace de Nosferatu. Advertida sobre las imágenes fuertes nos dispusimos a mirar la película juntos (yo por el rabillo del ojo la miraba a ella)
– Tú me dices si ves algo que no te gusta, y lo paramos ¿vale? – decía yo que estaba cagado por ella.
Pero no solo no me hizo detener la película, sino que estaba absolutamente fascinada con el personaje del vampiro, por quién sintió desde el principio una gran pena. Al final cuando el vampiro muere arrodillado chupándole la sangre a Issabelle Adjani (de quién mi hija no paraba de decir lo bella que era, y lo lógico que era que Nosferatu se hubiese enamorado de ella) mi hija exclamo.
– ¡Pobre! ¿Por qué tiene que morir? ¡Él solo chupa la sangre porque quiere vivir!
Después se fue al ordenador y en el Paint hizo el dibujo de arriba. Que, como todo el mundo puede apreciar, no es posible parecer más desgraciado. Viéndolo dan ganas de decirle:
– Anda, ven, no me mires con esa cara y chúpame un poquito de sangre-