Los seres humanos somos duales y contradictorios; decimos una cosa y hacemos la contraria. Tenemos dos opiniones contrapuestas del mismo collar en distintos perros. Criticamos a otros que hacen algo que, perfectamente haríamos nosotros, si pudiéramos. Amamos y detestamos el mismo perro según el dueño que lo pasea. Cada uno es estupendo, y los demás conducen muy mal. Estamos en condiciones de ponernos en lugar de otro siempre y cuando con ello podamos justificarnos. Cuando nos piden que confesemos un defecto, después de pensar media hora, aunque traicionemos la confianza de nuestra pareja, desatendamos las necesidades de ternura y paciencia de nuestros hijos (si los tuviéramos), mintamos como bellacos o estemos en la cárcel por estafa, diremos, ladeando la cabeza – Soy demasiado sincero – ¡La madre que nos parió! Queda muy literario y psicoanalítico decir que los humanos somos así; duales y contradictorios. ¡Qué caraduras! Si fuésemos “demasiado sinceros” como pregonamos, deberíamos decir: Somos cínicos y nos arrimamos al solecito que más calienta. Somos discretos, pero no dejes tu correo abierto o tu móvil a mano. Celebramos el día de los enamorados sabiendo que la mitad somos infieles y la otra mitad cornudos. Le pedimos a alguien que nos tengan paciencia para que se cure las heridas que “nosotros” le hacemos constantemente. Puede que algunas personas sean auténticamente duales y contradictorias, pero la mayoría somos, francamente, unos oportunistas.