Del menoscabo al culto

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Es posible afirmar que cualquier forma de jactancia  proviene de una imbecilidad, frecuentemente engrasada por un complejo o un miedo.
Quién se vanagloria de algo, se presume superior SIEMPRE. En este sentido, el orgullo puede ser la forma más radical de un prejuicio, y el exhibicionismo su manera más expresiva. La combinación es letal, sobre todo en aquellos que han pasado del menoscabo al culto exigido.

El exhibicionista evidencia su postura a gritos (a veces gritos que solo se ven) y quien “grita” sus razones demanda predominar. Es verdad que a veces hay que gritar para que te oigan, pero eso se entiende cuando el otro no quiere oír, no cuando te oye pero no comparte lo que dices, o cómo lo dices. No hay que olvidar que el deseo vehemente de sobresalir sobre los demás es una forma de avaricia.

Quien ostenta desafiante una jactancia no persigue  tanto alcanzar un derecho “equitativo”, como  hacer prevalecer  al límite sus deseos. Dentro de los proselitistas los hay quienes están más orgullosos de sí mismos que de lo que representan. Por lo general, estos narcisos se muestran afanosos en ostentar a todas horas, en todo lugar, y frente a todo interlocutor,  el orgullo de pertenecer a un colectivo que ha sido maltratado, y para el cual exigen, como reparación, pasar del menoscabo al culto. Cuando además este discurso va acompañado de ademanes exigentes y parafernalia grandilocuente, si no eres un acólito, prepárate.

Es muy difícil convivir con gente mezquina, muy difícil llegar a acuerdos con gente estúpida, pero nada es más insoportable que vivir bajo las incuestionables (y generalmente inagotables) exigencias de los mezquinos y los estúpidos cuando reivindican un orgullo ultrajado.  Cualquier parecido con la venganza y el despotismo, es pura casualidad. ¿O no?

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