Carta abierta a Pérez Reverte

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Carta abierta a Pérez Reverte.

Recientemente Reverte publicó un artículo http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/733/no-compres-ese-perro/  en el que exhortaba a los “desalmados indiferentes y estúpidos” a que no compren en Navidad el perro que va a formar parte de la lista de abandonados en las próximas vacaciones. Contrapone los argumentos sobre la buena compañía que puede despertar un perro en el alma humana con el drama que resulta para el animal y sus dueños cuando las circunstancias y lugar son inadecuados para una mascota.El abandono de un animal representa una de las tantas crueldades con la que “algunos”, a veces “muchos algunos” avergüenzan y enrabian a los que no somos cómo ellos.
Reverte les explica de manera clara a estos desalmados por qué no deben comprar un perro y los invita a mirarse a un espejo para dilucidar si lo que ven avalaría la decisión o por el contrario la desacreditaría, en cuyo caso les recomienda que compren un peluche.
No tengo nada que objetar al argumento, salvo quizás el insaciable tono de hartazgo con la humanidad entera que suele tener Reverte cada vez que se refiere a los hijos de la gran puta, como diría él mismo, que hacen de las suyas.
Son muy pocas las totalidades que yo puedo defender en esta vida, afortunadamente, tampoco son demasiadas las que puedo condenar. En realidad, son partes de las cosas, de la vida, de la gente y mías propias, las que me avergüenzan y las que me emocionan. Es verdad que con sólo ver un noticiero es muy fácil ser abducido por el desaliento y la desesperanza por una década. Pero lo que uno no espera es que te ocurra lo mismo cuando te habla alguien que posee treinta mil libros, una bodega de buenos vinos, prestigio, fama, amigos, dinero y tiempo para hacer lo que le gusta. Por eso cuando Reverte dice “Cuando uno de nosotros se muere no se muere gran cosa, pero cuando desaparece un perro noble y valiente el mundo se torna más oscuro triste y sucio” me tengo que indignar. Creo que Reverte no tiene derecho, aunque él crea que sí, a decir una estupidez de este tamaño sin que nadie le afee el desatino. La frase no es solo desacertada, es la comparación más miserable que he oído en mi vida sobre la condición humana, ¡Viniendo de quién viene! ¡Que no es Kunta Kinte!

Reverte: Tengo que presumir, porque no me dejas lugar a dudas, que al decir cuando uno de nosotros se muere no se muere gran cosa” no te refieres a ti como miembro de la Real Academia Española sino como ser humano. Pues no Arturo, no. El mundo se vuelve “oscuro triste y sucio” cuando mueren personas joder. Tu mundo será más sucio cuando se mueren tus perros de viejo a tu lado después de haber tenido una vida estupenda, pero mi mundo se oscurece y me daña de una manera irreparable cuando veo sufrir y morir gente. Gente, Arturo, gente, personas, personitas, como Aylan Kurdi, o la niña de ésta foto rescatada viva después de un bombardeo en Siria.

Tu frase cínica y miserable tiene la soberbia despreciativa mas propia  de un burgués colonialista que  se caracteriza por darle una trato exquisito a sus caballos a la vez que despotrica contra la falta de educación de la plebe, que la de una persona que un día vio sufrir y morir gente inocente.

¿Es que acaso crees que salvo tus perros y los personajes de tus novelas no es posible que los humanos sean nobles y valientes?

He sido un lector tuyo muchos años, pero tío, se te ha ido la olla. Se distinguir perfectamente la osadía desafiante de un rebelde que un día tuviste, de la pedantería soberbia de un amargado, que es en lo que se ha trasformado tu discurso con el que llevas ya muchos años martirizándonos.

Un escritor no tiene la obligación de ser esperanzador cuando escribe, ni siquiera cuando piensa, pero no puede decir seriamente “Cuando un «ser humano» se muere no se muere gran cosa, pero cuando desaparece un perro noble y valiente el mundo se torna más oscuro triste y sucio”  sin que «otro ser humano» lo mande a la mierda. La frase es simplemente repugnante, por lo que tiene de abandono  de toda esperanza en el alma humana. Solo está a la altura de quién es capaz de abandonar a un perro.

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